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Es posible que aquí se dé lo justo por lo que se paga. Por algo le va como le va. Pero aún bajo esa perspectiva, contemplar una escena de almuerzo como esa no es recomendable para quienes se animan a más en la mesa, pagando o no más en la cuenta. Descorazona a la hinchada de la comida de verdad. Ya no sólo por el trato desprolijo de garzones, que si bien pasan rápido, lo hacen como si estuvieran apagando un incendio y más encima para llegar con platos cambiados (servir en los tiempos justos es una virtud: sin demora pero con pausa); o en un administrador que se entiende que sea severo con su gente en un lugar tan grande, pero de ahí a retar al servicio en plena sala, hay mucho trecho. Ya no sólo es el comedor lúgubre, sin un dejo de calidez ambiental (¿Qué les costará poner luces amarillas?) que sumando y sumando forman un cúmulo de evidencias que recomiendan a cualquiera que ame los buenos restaurantes salir huyendo despavorido.
Pero en la sala, mínimo 150 personas comiendo ávidos un simulacro de comida peninsular, sin contar la gente en espera. Ahí se cae en cuenta del aguante de la mayoría del público por hacerse de un espacio en este comedor, sin importar que sea uno de los peores restaurantes del estilo en Santiago. La cosa es llegar a lo barato, abundante y que parezca algo rico para comer ¿Ignorancia? ¿Tacañería? ¿Falta de información? ¿Mal gusto? De todo un poco y es ahí donde la gente que trabaja por la difusión de la buena comida -como quien remite- tiene que hacerse el ánimo de redoblar sus esfuerzos por hacer mejor su pega. Tarea para la casa e pos de que cada día existan menos lugares como este, que en gran medida se parece a programas de televisión tipo Morandé con Compañía, de esos que se reconoce su bonanza en términos de cifras comerciales, pero no por eso deja de ser televisión vulgar y un insulto a la inteligencia media. Acá es lo mismo, pero en clave comida.
