06-09-2010

El caso Johnny Rockets

Es tema de debate entre los cronistas gastronómicos ¿Es preferible dejarle un poco de aire, de tiempo, a un comedor mientras su comida y servicio se asienta en la vida real, o evaluar su calidad de inmediato, suponiendo que una vez abierto tiene todo lo necesario para proveer de una sensación culinaria aceptable? Como siempre, depende. 

Quien suscribe prefiere la opción a), que va más bien por asegurar a sus lectores -quienes finalmente pagan- una experiencia de mejor calidad frente los yerros habituales de un local recién abierto: bajo nivel de servicio e información a la mesa, productos o platos no disponibles por mal cálculo de ingredientes, detalles ambientales por arreglar y un largo etc. En suma, de esta forma, esperando un par de meses, se reduce la posibilidad de encontrarse con fallas de siempre.

Pero la opción b) también es válida, porque un local recién abierto idealmente debe tener todas sus piezas ajustadas en detalle desde un principio. Importante: las llamadas ‘marchas blancas’, para probar la capacidad de un lugar antes de su apertura son a puertas cerradas, entre amigos criticones o entre potenciales clientes, a quienes no se les cobra porque forma parte de la inversión. Un local serio NO COBRA en un proceso de marcha blanca, que por cierto es una habitual justificación de los garzones frente a las evidentes fallas que puedan tener. Si alguien, dentro de un comedor, le indica que está en esa etapa y más encima cobra, mejor váyase al local de al lado. De seguro no la pasará bien.

En el caso de Johnny Rocket se habla desde la opción b), básicamente porque lo han promocionado bastante en la prensa como un nuevo local de comida estilo gringo, donde el cliente se traslada a la época de oro de Estados Unidos; los años ’50 y su gloriosa post guerra rocanrolera. Una idea que se traspasa a un ambiente retro, de jóvenes amables que bailan de tanto en tanto éxitos de la época. Pasa que ante tanta promo, uno se espera un local ya afinado y algo afiatado. No a uno que le falte té (¡té!) durante el servicio de media tarde. Que no tenga insumos para completar los sándwiches, que las garzonas no sepan lo que hay de oferta, o que llegue agua de la llave porque no hay de la otra en stock. También se esperaba mejor calidad en sus platos fuertes y no una carne planchada al extremo, seca y sin más diferencias de las hallables en un Mc Donald’s o un Burguer King, tanto en calidad como en cantidad. En otros segmentos marcan la diferencia. Es mejor el pan en relación a sus colegas, sus mini hamburguesas son jugosas, agradables en sabor y lo más recomendable de la carta de momento. Mientras que sus batidos son grandes, sustanciosos y sabrosos en su nota lechosa. Por ahí va su futuro del local y quizá –de seguro- afinen su propuesta; pero decepciona que aparezcan las mismas fallas de siempre y uno, como comentarista, deba esperar semanas o meses, antes de que surja la esperada redención.

Nota: a este restaurante fui por mis propios medios

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