28-03-2006

Fritura dura o el crimen del sanguchero


De acuerdo a lo indicado en el Tribunal de Garantía antes de formalizar cargos, el tipo llegó a eso de las tres de la mañana. Al parecer el cocinero lo ubicaba, pero apremiaba más sacar inmediatamente la media docena de completos, las órdenes de papas fritas o el Barros Luco -una lonja de queso y otra de carne congelada-, de esos que algún despistado pide casi ostentando. Eso era por mucho más importante que preocuparse por alguien que a esa hora le bajó por molestar a la cajera sin gracia, que de paso no estimula ninguna hormona y encima ladra los pedidos porque seguro se sabe no-rica. Muchos personajes de todas las calañas –desde vecinos con cervezas de más, panketas, eternos mechones y jugosos varios- pueden llegar a cruzar un par de palabrotas porque el pan se demora o de repente se encontraron con algún demonio propio, pintado dentro de aquel cuarto blanco ya ocre por la eterna fritanga.

A lo sumo se llevan un par de chuchadas o una invitación a molestar afuera. A esas alturas de la noche tal escena puede pasar en casi todos los puestos como aquel, donde decantan varios de los últimos habitantes de la publicitada bohemia de Valparaíso. Por cierto locales llenos de agradecidos comensales, ansiosos de llenarse de pan con algo antes de retirarse o seguir. Algo así como una entrada a pits en clave bajón de hambre. No se tiene claro el motivo (de ahí el sumario), pero el conocido destacó por sobre aquella clase media etílica y fue un poco más lejos. Lo dicho o lo hecho fue suficiente para sacar al cocinero de su cocina y de sus casillas. Dicen que el tipo arrancó a la calle y de atrás picó el sandwichero arma de trabajo en mano. Que lo alcanzó y le clavó una estocada ganadora al pecho, desangrándolo. Un minuto de furia con olor a fritura nocturna. Los periodistas que cubrieron el hecho comentan que al cocinero le alcanzó adrenalina para volver al boliche y dejar el cuchillo -a esta altura arma a secas- en el mesón, para luego perderse por los cerros. A la mañana siguiente se había entregado. Otra versión, mucho menos creíble, aseguró que al menos varias decenas de panes fueron cortados con el mismo instrumento, antes de ponerlo como prueba ante el juez.

Claro, lo relatado es una excepción convertida en hecho (y en este blog, anécdota) policial. Pero el cocinero que lea este texto sabrá reconocer las presiones desatadas a la hora de prepararle un plato de comida a demasiado desconocidos o malos conocidos. Como dicen por ahí, las armas las carga el diablo y en cualquier plano, culinario inclusive, hay que tener temple para saber usarlas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien Carlitos, pronto nos veremos para hacerte mis comentarios.

Suerte

Jaime Espinosa

Anónimo dijo...

Estoy casi seguro que ese carrito de completos debo conocerlo... si es así... justifico más la actitud del comensal que la del "planchero". Esos sanguchotes matan más lento que un cuchillo, pero igual te llevan a la tumba (o al baño)...

saludos Carlitros

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