01-05-2008

Cerveza y pueblo unidos, jamás serán vencidos


A propósito del 1 de mayo y todo lo que esta fecha significa, unos cuantos tips que comprueban la estrecha relación entre una buena cerveza y el trabajo duro.

UNO. Una inscripción hecha por los mismos trabajadores, durante la construcción de la tercera pirámide de Gizeh, decía “Los borrachos de Menkaure” en honor al monarca de la IV Dinastía, en honor a ellos mismos y a su sueldo: un litro de cerveza diario. Esa era la paga, la de un líquido turbio y de contenido alcohólico variable, que les aseguraba nutrición (alto contenido de vitamina B), higiene (al hervirse en el proceso para elevar su contenido alcohólico, era más seguro que beber agua) y por supuesto la gran propina de la embriaguez. En parte, una compensación a las extenuantes jornadas de semiesclavitud a las que se veían sometidos, en nombre del dios-faraón.
DOS. Londres, fines del siglo XVIII. Mientras los franceses cortaban cabezas de sus reyes despóticos e intentaban reinventar su mundo, los ingleses sentaban las bases de lo que sería la Pax Britannica de la centuria siguiente, concentrando obreros en los suburbios de la capital. En ese ambiente sin días de descanso, vacaciones, seguridad social y con jornadas de 14 a 16 horas diarias sin parar, la cerveza era especialmente gruesa. Un tónico regenerante, fácil de guardar, barato y alimenticio. De aquella época nacen dos de los estilos más importantes en la actualidad: porter y stout. La primera resultó de una mezcla, en partes iguales, de cerveza ale joven, de guarda media y de vieja guarda, que poco a poco convenció al gran público de su valía. La otra: una versión más densa (gracias al uso de maltas más tostadas) que comenzó a moverse durante el siglo XIX, cuando las máquinas inglesas funcionaban a todo vapor.

TRES. Alguna fuente de soda de Estación Central, principios de los años ’80. Mi abuela trabajó toda su vida costureando. Quizá en algún puesto de la ropa usada todavía ronden esas chaquetas de chiporro y reno que fabricó más o menos durante 40 años. Era toda una especialista, doy fe. La vi tantas veces en lo mismo. Como para muchos miles de trabajadores, sus viernes eran consagrados al rito de ir por ahí, a vivir sus personales 15 minutos de fama. Un proto happy hour sin cosmopolitan ni barras acicaladas, sino para servirse esa maltita con huevo robusta, dulcecita y cariñosa. Con un par de por medio comentaba con alguna amiga la pega de la semana y los planes de sábados y domingos que como a todos, se les iban entre los dedos. Después, para la casa sin antes pasar por galletería Tip Top y llevarle un paquete de galletas a sus nietos. A nosotros. Nunca falló en eso.


Fuentes

Standage, Tom. La Historia del Mundo en Seis Tragos. Mondadori, Barcelona 2006 (en español).
http://caacblog.blogspot.com

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